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SÍNTESIS INICIAL
En 2 minutos, la implosión del uribismo en una sola sesión parlamentaria. Este texto demuestra cómo el Centro Democrático convocó un debate para atacar al gobierno Petro y terminó exhibiendo su propia irrelevancia; cómo Paloma Valencia, precandidata con 1,1% de intención de voto, acusó de ordenar asesinatos al hijo de un senador ejecutado por paramilitares; y cómo Álvaro Uribe respondió comparando a Cepeda simultáneamente con Hitler, Stalin, el Che Guevara y Fidel Castro en un mismo mensaje. Explica el mecanismo por el cual un partido no muere bajo los golpes de sus adversarios sino ahogándose en su propia desesperación, y qué significa que el principal movimiento opositor haya quedado reducido al ruido estadístico. Si solo puedes leer esto, quédate con esto: el uribismo ya no debate, se humilla solo.
El 3 de diciembre de 2025, el Centro Democrático ofreció al país un espectáculo que no figuraba en el guion. Convocaron un debate de control político sobre la supuesta infiltración de las disidencias de las FARC en el gobierno Petro. Terminaron rogando que no los maten, comparando opositores con Hitler y exhibiendo candidaturas que no superan el ruido estadístico. Hay formas más dignas de morir políticamente; esta no fue una de ellas.
El debate que se devoró a sí mismo
Paloma Valencia necesitaba este debate. No por razones de Estado; por razones de supervivencia política. La encuesta Invamer publicada dos días antes había confirmado lo que los corrillos del Congreso ya susurraban. La senadora del Centro Democrático registra 1,1% de intención de voto. María Fernanda Cabal, su competidora interna, comparte ese mismo 1,1%. El sondeo tiene un margen de error de 1,81%. Ambas precandidatas del partido de Álvaro Uribe existen, electoralmente hablando, dentro del rango de la incertidumbre. No son marginales; son indistinguibles del cero.
Mientras tanto, Iván Cepeda lidera con 31,9%. La distancia no es de grados; es de naturaleza. Valencia pertenece al territorio del ruido; Cepeda, al de los hechos políticos mensurables. Convocar un debate en esas condiciones requería o mucha valentía o mucha desesperación. Los hechos sugieren lo segundo.
La senadora abrió con el repertorio conocido. Acusó a Cepeda de desaparecer cada vez que se discute el fracaso de la Paz Total. Denunció un supuesto plan para asesinarla, orquestado por la Segunda Marquetalia y el ELN, “con el que negocia el senador Cepeda”. El ataque pretendía instalar una narrativa; lo que instaló fue un espejo. Porque ocho días antes, el Tribunal Superior de Antioquia había condenado a Santiago Uribe Vélez, hermano del expresidente, a 28 años de prisión por fundar y dirigir un escuadrón de la muerte. Y Cepeda estaba a punto de recordárselo.
DATO CLAVE.
La encuesta Invamer (15-27 de noviembre de 2025) sitúa a Cepeda en 31,9%, a Abelardo de la Espriella en 18,2% y a Sergio Fajardo en 8,5%. Paloma Valencia y María Fernanda Cabal comparten 1,1%, cifra inferior al margen de error de 1,81%. De los treinta candidatos medidos, la mitad no alcanza el 1%. En balotaje contra De la Espriella, Cepeda ganaría 59,1% a 36,2%.
La pregunta y el silencio
Cepeda se levantó con la calma de quien sabe que tiene las cartas ganadoras. “El cerco en torno al expresidente Uribe. Primer expresidente en la historia condenado en primera instancia. Y ahora su hermano, condenado a veintiocho años por criminal de lesa humanidad y gestor de grupos paramilitares. Es un jefe paramilitar hoy por hoy el señor Santiago Uribe.”
Valencia interrumpía con risitas nerviosas. “Cálmese senador, cálmese.” El recurso retórico del que no tiene argumentos consiste en pedir moderación mientras se desmorona el piso. Y entonces vino la pregunta. “¿Sabía que allí se hacían polígonos, se asesinaban campesinos? ¿Sabía si los apóstoles eran doce o trece? ¿Los apóstoles eran doce o trece?”
La repetición no era gratuita. El grupo paramilitar de Santiago Uribe llevaba el nombre de Los 12 Apóstoles, bautizado así por un cura que escondía su revólver dentro de una Biblia hueca. Si el grupo tenía doce miembros conocidos y el hermano lo dirigía, la pregunta sobre el decimotercero apunta hacia arriba, hacia el protector político que financiaba y amparaba sin aparecer en las fotografías. No era retórica vacía; era la síntesis de tres décadas de testimonios judiciales formulada como acertijo bíblico.
Valencia no tenía respuesta. Solo tenía una frase que sellaría su humillación. “No me vaya a mandar a matar.” La ironía pretendida se estrelló contra la historia. Manuel Cepeda Vargas, padre de Iván, fue senador de la Unión Patriótica. Lo ejecutaron en las calles de Bogotá en agosto de 1994, paramilitares en complicidad con agentes del Estado. Su hijo pasó décadas identificando a los responsables, vivió exiliado en Francia bajo amenazas de muerte, fundó organizaciones de víctimas. Acusarlo de ordenar asesinatos, en ese hemiciclo, frente a esa historia, no constituye ironía política. Constituye obscenidad.
“El poder no corrompe; revela.” La máxima de Robert Caro adquiere resonancia particular cuando se observa a un partido en descomposición. No son los ataques externos los que lo destruyen, sino la incapacidad de sostener su propia narrativa frente a los hechos.
El catálogo del pánico
La respuesta de Álvaro Uribe superó incluso a su senadora. Desde sus redes sociales, el expresidente desplegó un arsenal retórico que revelaba más desesperación que indignación. “Cepeda, el apóstol de las cárceles. Las Farc no necesitaban la JEP; con Cepeda han tenido suficiente para absolver al narcoterrorismo y condenar a quienes los combaten.” Lo llamó “verdugo con apariencia de apóstol, pobre y macilento”. Y luego, el crescendo delirante. “Habla con el tono moral de la Inquisición, con la pomposidad de los tribunales de Hitler y Stalin, con la suficiencia del Che Guevara y Castro, que llamaban gusanos a los disidentes que enviaban al paredón.”
Hitler, Stalin, el Che, Castro, la Inquisición. Todos en el mismo párrafo. La acumulación no es argumentación; es el sonido que hace un aparato ideológico cuando ya no puede procesar la realidad. El expresidente condenado en primera instancia por fraude procesal ve a su hermano sentenciado a 28 años por comandar un escuadrón de la muerte, mientras sus precandidatas registran cifras que ni siquiera alcanzan el umbral de lo significativo. La respuesta lógica sería el silencio estratégico. La respuesta de Uribe fue comparar a su adversario con todos los villanos del siglo XX simultáneamente, como si la cantidad de epítetos pudiera sustituir la ausencia de defensa.
DATO CLAVE.
Santiago Uribe Vélez fue condenado el 25 de noviembre de 2025 a 28 años y 4 meses de prisión por homicidio agravado, concierto para delinquir agravado y crímenes de lesa humanidad. El tribunal ordenó investigar su participación en once homicidios adicionales y dispuso la extinción de dominio sobre la hacienda La Carolina.
El naufragio final
El Centro Democrático llegó a este debate arrastrando cadáveres propios. Miguel Uribe Londoño, quien registraba el mejor resultado del partido en las encuestas con un modesto 4,2%, fue expulsado el 1 de diciembre por expresar apoyo a Abelardo de la Espriella. El partido ya no puede retener ni a quienes lo abandonan por conveniencia electoral. Mientras tanto, Valencia y Cabal disputan una interna que aritméticamente no existe; 1,1% contra 1,1%, dos náufragas peleando por el timón de un barco que ya se hundió.
En ese contexto, la decisión de atacar a Cepeda adquiere la textura de la desesperación terminal. No era una estrategia; era un manotazo de ahogado. Valencia necesitaba que el país hablara de ella, que su nombre circulara en algún contexto que no fuera el de su irrelevancia electoral. Lo consiguió, pero no como esperaba. El país habló de ella como la senadora que acusó de asesino al hijo de un asesinado mientras su propio partido se desangra por condenas judiciales a sus fundadores.
Hay un momento en la agonía de todo proyecto político en que los reflejos defensivos dejan de funcionar, en que cada movimiento agrava la herida en lugar de cerrarla. El Centro Democrático llegó a ese punto. Sus voceros piden que no los maten quienes llevan toda la vida enterrando a los suyos. Sus candidatas compiten dentro del margen de error. Su líder compara adversarios con Hitler mientras su hermano purga condena por liderar paramilitares. Y cuando alguien pregunta si los apóstoles eran doce o trece, no tienen respuesta. Solo tienen una frase que ya nadie les cree.
Conclusión
La pregunta de Cepeda sobre el decimotercer apóstol no fue un golpe de gracia. Fue el momento en que alguien encendió la luz en una habitación donde el cadáver llevaba días descomponiéndose. El uribismo no muere bajo los ataques de sus adversarios; se ahoga en sus propias contradicciones, incapaz de articular una defensa coherente mientras los tribunales producen condenas y las encuestas producen cifras que pertenecen al territorio del ruido. El debate del 3 de diciembre no será recordado por lo que Valencia denunció. Será recordado como el día en que el Centro Democrático demostró, sin que nadie se lo pidiera, que ya no tiene nada que decir…
G.S.
Fuentes
- Tribunal Superior de Antioquia, sentencia de segunda instancia contra Santiago Uribe Vélez, 25 de noviembre de 2025
- Plenaria del Senado de la República de Colombia, sesión del 3 de diciembre de 2025
- Encuesta Invamer Colombia Opina para Noticias Caracol y Blu Radio, noviembre de 2025
- Fundación Paz y Reconciliación (Pares), análisis del debate senatorial, diciembre de 2025
- Cuenta oficial de X de Álvaro Uribe Vélez, 3 de diciembre de 2025


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