Lectura estimada: 10 minutos · Por Gabriel Schwarb · 21 de noviembre de 2025
SÍNTESIS INICIAL
En 2 minutos: Washington negocia el destino de Ucrania directamente con Moscú mientras Europa observa desde la periferia, excluida de las conversaciones que determinarán la arquitectura de seguridad continental. Este texto demuestra cómo el plan de 28 puntos elaborado por Steve Witkoff y Kirill Dmitriev exige a Kiev ceder el Donbás completo y reducir su ejército a la mitad, cómo Suiza paga cazabombarderos F-35 sin garantía de precio fijo, y cómo la izquierda europea se ha convertido en vectora del militarismo atlantista. Explica el mecanismo por el cual una clase dirigente sin proyecto histórico propio ha convertido la subordinación al poder imperial en única respuesta política ante la incertidumbre. Si solo puedes leer esto, quédate con esto: Europa no negocia, Europa espera instrucciones.
Miami-Moscú: el eje que decide sin Europa
El 20 de noviembre de 2025, mientras un misil ruso mataba a 25 personas en Ternópil, incluyendo tres niños, la administración Trump presentaba a Volodímir Zelenski un plan de paz elaborado sin participación europea ni ucraniana. Los arquitectos del documento son Steve Witkoff, enviado especial de Trump, y Kirill Dmitriev, oligarca cercano a Putin que dirige el Fondo de Inversión Directa de Rusia. Dmitriev viajó a Miami del 24 al 26 de octubre para trabajar el borrador con Witkoff, tras obtener una exención de las sanciones estadounidenses que pesan sobre él. Tres días encerrados en Florida negociando el futuro de un continente. Ni Kiev ni Bruselas ni Londres ni Berlín ni París participaron en las conversaciones. Turquía y Qatar sí fueron consultados. La jerarquía imperial se expresa con claridad meridiana en la lista de invitados a la mesa de negociación.
DATO CLAVE: El plan de 28 puntos exige que Ucrania ceda la totalidad del Donbás (Donetsk y Lugansk) a Rusia, aunque Kiev controla todavía el 14,5% del territorio, incluyendo las ciudades de Sloviansk y Kramatorsk. Las Fuerzas Armadas ucranianas serían reducidas de 850 000 a 600 000 efectivos. Ucrania inscribiría en su Constitución la renuncia a ingresar en la OTAN. Estados Unidos reconocería la soberanía rusa sobre Crimea y el Donbás. En Jersón y Zaporiyia, las líneas del frente quedarían congeladas.
El contenido del plan reproduce las demandas maximalistas del Kremlin con precisión notarial. Dmitriev lo explicó a Axios con una franqueza que roza el descaro: “Sentimos que la posición rusa está siendo realmente escuchada”. El representante republicano Don Bacon, partidario habitual de la línea dura contra Moscú, comparó el documento con Munich 1938, el acuerdo mediante el cual las potencias occidentales entregaron Checoslovaquia a Hitler esperando apaciguar su apetito territorial. La comparación no proviene de la izquierda antimilitarista sino del establishment conservador estadounidense. Cuando un halcón republicano invoca Munich para describir la política exterior de su propio presidente, el diagnóstico adquiere una gravedad particular. El parlamento ucraniano califica el plan de “absolutamente absurdo”. Yaroslav Yurchyshyn, diputado ucraniano, lo formula sin eufemismos: “Quieren una paz rápida a expensas de una parte que consideran más débil. Putin probará sangre en sus labios y retorcerá brazos. Por lo tanto, probablemente intensificará sus demandas, aprovechando el momento”. Zelenski, sin embargo, ha aceptado trabajar sobre la base del documento estadounidense. No tiene alternativa. La dependencia militar ucraniana respecto a Washington es total. Trump lo recordó durante su altercado público con Zelenski en febrero: “Si no tuvieras nuestro equipamiento militar, esta guerra habría terminado en dos semanas”.
“La subordinación no es una fatalidad histórica sino una elección consciente de élites que han renunciado a cualquier proyecto propio. El vasallo no es aquel a quien se impone servidumbre, sino aquel que la anticipa para evitar el esfuerzo de la resistencia.”
El patrón suizo: pagar sin negociar
El patrón de subordinación anticipada se replica mecánicamente en todos los ámbitos de la relación transatlántica. El caso suizo del F-35 condensa la patología con nitidez ejemplar. En 2021, Berna firmó un contrato por 6 000 millones de francos suizos para adquirir 36 cazabombarderos estadounidenses. El gobierno helvético prometió a sus ciudadanos un precio fijo, garantías contractuales sólidas, compensaciones industriales sustanciales. Cuatro años después, el edificio de certezas se ha desmoronado. En agosto de 2025, Washington rechazó definitivamente cualquier garantía de precio fijo. El sobrecoste alcanza entre 650 millones y 1 300 millones de francos según estimaciones oficiales, potencialmente 2 000 millones según medios especializados. El precio unitario pasó de 85 a más de 100 millones de dólares. Los 700 millones ya desembolsados son irrecuperables. Todos los responsables políticos, técnicos y militares del proyecto dimitieron a principios de 2025, abandonando el barco antes de que el escándalo alcanzara proporciones inmanejables. El ministro de Defensa Martin Pfister lo formuló con una precisión involuntariamente brutal: “La otra parte es más poderosa que Suiza”. No hay cinismo en esta frase, solo constatación. La relación contractual entre un Estado europeo y el complejo militar-industrial estadounidense no es una negociación entre iguales, es un diktat que el subordinado acepta porque la alternativa implicaría autonomía, y la autonomía exige esfuerzo.
DATO CLAVE:
Los gastos militares mundiales alcanzaron en 2024 los 2 718 000 millones de dólares, un aumento del 9,4% respecto a 2023, la mayor progresión desde el fin de la Guerra Fría. Europa registró un incremento del 17%, llegando a 693 000 millones de dólares. Alemania aumentó su presupuesto militar un 28% para alcanzar 88 500 millones de dólares, convirtiéndose en la cuarta potencia militar mundial. Polonia destina el 4,12% de su PIB a defensa, superando a Estados Unidos en proporción. En 2014, solo 3 países de la OTAN cumplían el objetivo del 2% del PIB. En 2024, 23 de 32 lo cumplen. Trump exige ahora el 5%.
La hemorragia presupuestaria se financia mediante la suspensión de los mecanismos constitucionales que durante décadas justificaron la austeridad social. Alemania reformó su “freno al endeudamiento” para permitir entre 200 000 y 400 000 millones de euros adicionales en gasto militar de aquí a 2035. El dinero para pensiones dignas, sanidad universal, educación pública no existía. El dinero para armamento estadounidense aparece instantáneamente mediante reformas constitucionales exprés. La lógica es transparente: cuando el proyecto económico neoliberal colapsa en sus propias contradicciones, el militarismo emerge como única narrativa de legitimación disponible. Los presupuestos sociales se congelan invocando restricciones inexorables. Los presupuestos militares estallan invocando amenazas existenciales que nadie define con precisión pero que justifican transferencias masivas de recursos públicos hacia corporaciones transatlánticas.
La izquierda bellicista: de Jaurès a Glucksmann
La conversión de la izquierda europea en fuerza bellicista constituye el síntoma más revelador de la descomposición ideológica continental. Raphaël Glucksmann, cabeza de lista del Partido Socialista francés para las elecciones europeas de 2024, encarna perfectamente esta mutación. En febrero de 2024, Glucksmann llamó públicamente a “pasar a economía de guerra” para sostener el esfuerzo bélico ucraniano. El hombre fue asesor del presidente georgiano Mijeíl Saakashvili entre 2008 y 2012, participante activo en el Maidán ucraniano de 2014, casado entonces con Ekaterina Zgouladze, viceministra del Interior de Georgia y luego de Ucrania durante las operaciones militares en el Donbás. Glucksmann declaró sin ambigüedad: “Sobre Ucrania, estoy más cerca de Emmanuel Macron que de Jean-Luc Mélenchon”. La izquierda bellicista no diferencia ya su posición de la del neoliberalismo macronista. Donde Jean Jaurès fue asesinado en 1914 por oponerse a la carnicería que se preparaba, sus herederos nominales del siglo XXI exigen “relanzar nuestra producción y priorizar las producciones para el frente ucraniano”. Rita Maalouf, candidata socialista en la misma lista electoral, publicó una tribuna titulada “Si quieres la paz, asume que puedes hacer la guerra”. La inversión semántica es completa. La izquierda europea contemporánea no representa continuidad histórica con el socialismo del siglo XX sino ruptura total, traición ideológica consumada, conversión en vector del atlantismo militarizado.
La sumisión anticipada de noviembre 2024
Las reacciones de las élites políticas europeas tras la elección de Trump en noviembre de 2024 anticiparon la subordinación que se consuma ahora con el plan de 28 puntos. Ursula von der Leyen expresó sus “cálidas felicitaciones”. Emmanuel Macron declaró estar “listo para trabajar juntos”. Mark Rutte aseguró que el liderazgo de Trump “será clave para mantener nuestra Alianza fuerte”. Ninguna reserva, ninguna exigencia de reciprocidad, ninguna condición. Solo servilismo anticipado. Un año después, Europa constata que su servilismo no le ha garantizado ni siquiera un asiento en la mesa donde se decide su propio destino. Witkoff negocia con Dmitriev en Miami. Turquía y Qatar son consultados. Los europeos se enteran por la prensa de los términos del acuerdo que reorganizará la arquitectura de seguridad de su continente.
Conclusión
El representante Don Bacon invocó Munich 1938. La comparación es históricamente precisa pero incompleta. En 1938, Daladier y Chamberlain al menos estuvieron presentes en la conferencia donde se sacrificó Checoslovaquia. En 2025, los europeos ni siquiera son invitados a la negociación donde se sacrifica Ucrania. La degradación es mensurable: de cómplices activos del apaciguamiento a espectadores pasivos de la capitulación ajena. Lo que se construye no es autonomía estratégica sino dependencia sistémica total. Los presupuestos militares europeos enriquecen a corporaciones estadounidenses. Las decisiones estratégicas europeas se toman en Washington y Moscú. La izquierda europea promueve el rearme que financia su propia irrelevancia. El plan de 28 puntos no es una aberración sino la culminación lógica de décadas de subordinación interiorizada. Europa no tiene adversarios que justifiquen su paranoia militar. Europa tiene élites que han elegido el vasallaje como horizonte político. La guerra seguirá siendo un negocio. Los pueblos europeos seguirán pagando. Las élites seguirán sirviendo. Y cuando los historiadores futuros busquen el momento exacto en que el continente renunció definitivamente a cualquier pretensión de autonomía, quizás señalen noviembre de 2025, cuando dos hombres negociaron en Miami el destino de medio continente mientras Europa esperaba, en silencio, las instrucciones del amo…
G.S.
Fuentes
- Axios, “Trump’s Ukraine-Russia peace plan, in the full 28 points”, 20 de noviembre de 2025
- CNN, “New Trump peace proposal for Ukraine could require land concessions”, 20 de noviembre de 2025
- Kyiv Independent, “New US peace plan pushes Ukraine toward capitulation”, 21 de noviembre de 2025
- Al Jazeera, “Trump’s new 28-point plan: What does it want Ukraine to concede?”, 20 de noviembre de 2025
- Le Grand Continent, “Comprendre le nouveau plan russo-américain sur l’Ukraine”, 20 de noviembre de 2025
- The Hill, “Trump’s 28-point Ukraine peace plan catches Congress off guard”, 20 de noviembre de 2025
- RTS, “Washington refuse de garantir un prix fixe pour l’achat des F-35”, 13 de agosto de 2025
- Touteleurope.eu, “Défense: les dépenses militaires en forte hausse en Europe”, mayo de 2025
- Franceinfo, “Guerre en Ukraine: Raphaël Glucksmann estime que nous n’avons pas été au rendez-vous”, marzo de 2024
- SIPRI, Military Expenditure Database 2024


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