Rick Davies falleció el 5 de septiembre de 2025, a los 81 años, tras una larga batalla contra un mieloma. Pianista, voz y arquitecto sonoro de Supertramp, deja una obra que ha formado la columna vertebral de tantas infancias y tantas vidas adultas. Sus compañeros y la prensa lo confirmaron con sobriedad y justicia, como se saluda a quien mantuvo el timón durante medio siglo.
No escribo sobre un icono. Escribo sobre un minuto. Madagascar 1977. El río Sofia, ancho y ocre. Las caravanas de buses VW de las familias suizas expatriadas en la pista hacia Nosy-Be. Mi madre detrás con mi hermana pequeña, el habitáculo acondicionado. Yo de 6 años adelante con mi padre al volante. El reproductor de cintas que chisporrotea. El álbum Paris en directo. Y luego ese gesto imposible. Mi padre me sienta en sus rodillas y me suelta el volante mientras atravesamos el puente. En ese preciso instante empieza The Logical Song. Aquel día no aprendí a conducir. Aprendí otra cosa. Que un padre puede desbloquear la infancia soltando el miedo. Que una canción puede servir de juramento.
Ese recuerdo no se ha amarilleado. Se ha afilado. La Wurlitzer de Rick, ese timbre cargado de luz fría, cortaba el aire caliente de la pista como un hilo. Su manera de tocar combinaba precisión y canto interior, sin alardes. Hacía avanzar la canción sin aplastarla. Era la marca del artesano que conoce la materia mejor que nadie. Por eso su música habita la memoria, no se coloca como heroína de su propia película, ilumina la escena y nos deja vivir dentro. Los críticos lo dicen de otro modo. Yo solo tengo esta imagen, un río ocre, un volante demasiado grande y esa entrada de teclado que aplana el mundo con suavidad.
Supertramp fue para mí una arquitectura-guía. Un muro de carga, no un decorado. La voz de Rick, más terrenal que la de su alter ego, daba a las canciones un apoyo casi moral, se podía apoyar el cuerpo sin caer en la idealización. School, Bloody Well Right, Dreamer, tantas estacas hincadas para tensar las cuerdas de una infancia en movimiento. Pero fue The Logical Song la que selló el pacto. Ahí suena el asombro de un niño empujado hacia la razón contable. Ahí se adivina la herida de la edad adulta, la pérdida organizada de lo evidente. Y, sobre todo, una pregunta corta que te acompaña a todas partes: «please tell me who I am». Cinco palabras, y todo queda dicho.
No crecí en estudios ni bajo escenarios. Crecí en tránsitos, carreteras, lenguas y silencios. Rick Davies fue uno de esos acompañantes sin rostro que te enseñan la sujeción interior. Su manera de sostener una nota, de dejar respirar un compás, de instalar un motivo en el teclado y luego apartarse para la voz, me enseñó un protocolo simple, no rellenar, no fingir, no forzar. En su música hay una higiene del alma, apretar lo justo, soltar lo justo, no buscar el efecto si la verdad basta.
Dirán que eran los años, un sonido, una época. Tal vez. Pero algunas obras sobreviven a las décadas porque contienen gestos humanos exactos. En Rick había ese respeto por las líneas, dejar a cada cual su lugar dentro de la canción, como se deja a un niño de seis años un volante demasiado grande, unos segundos, con las manos del adulto listas para retomar pero retiradas a propósito. Ese aprendizaje sin discurso me hizo un oyente fiel, vuelvo a Paris como se vuelve a un puente que se cruzó sin entender por qué se tuvo derecho a ese paso.
Sé lo que le debo a ese minuto. Se lo debo a mi padre, primero. Se lo debo a un grupo convertido en lenguaje. Y se lo debo a Rick Davies, que para mí encarnó la versión más discreta de una virtud rara en la música, sostener el centro sin pedir la luz. Su muerte oficializa una ausencia. No le quita nada al pacto. Cada vez que empieza la canción, la Sofia vuelve a ser ocre, el volante vuelve a ser demasiado grande y la infancia acepta avanzar, lógica o no, con esa claridad melódica que hace la vida practicable.
Gracias, Rick. Por el sonido claro de la Wurlitzer. Por la paciencia del ritmo. Por la pregunta formulada sin patetismo. Por el espacio cedido a los demás. Por ese minuto en que un padre soltó el control y una canción me tomó la mano. Tu música permanece. También nosotros…
G.S.

El puente de la Sofia

Yo, con mi hermana y un amigo de infancia, unos años después en Madagascar.
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