El día en que la ONU se rindió
Por primera vez desde la firma del Acuerdo de Sede en 1947, el país anfitrión de la Organización de las Naciones Unidas ha negado deliberadamente el ingreso de una delegación oficial. Lo ha hecho contra un pueblo ocupado. Estados Unidos impidió que Mahmud Abbas y cerca de 80 funcionarios de la Autoridad Palestina y de la OLP accedieran al territorio estadounidense para asistir a la Asamblea General.
No se trata de un error administrativo. Es una decisión política, deliberada, profundamente humillante. Y es la prueba definitiva de que para el imperio, la diplomacia es solo una herramienta cuando conviene. Cuando no, se desecha.
Una ruptura sin precedentes
El Acuerdo de Sede de 1947 obliga a Estados Unidos a permitir el acceso a todos los representantes oficiales de Estados y entidades observadoras acreditadas ante la ONU. Ni en los peores momentos de la Guerra Fría se violó este principio. Hoy, Washington decide ignorarlo, romperlo, pisotearlo.
La medida no afecta a la misión permanente palestina. Pero al impedir la participación política directa de su liderazgo, se ejecuta una expulsión simbólica. Estados Unidos, que se dice defensor del derecho internacional, actúa como lo haría cualquier potencia colonial, decidiendo quién puede hablar y quién debe callar.
Ni siquiera la Unión Soviética bloqueó el ingreso de sus enemigos ideológicos a la ONU. Lo que hace hoy Estados Unidos es propio de una potencia en decadencia que ya no tolera ni el debate.
Repudio tibio y cómplice
La reacción internacional fue inmediata, pero insuficiente. Emmanuel Macron calificó la decisión de “inaceptable”. Pedro Sánchez denunció una medida “injusta”. Recep Tayyip Erdogan advirtió que “la ONU pierde sentido si el oprimido no puede hablar”.
Pero más allá de esas frases, las grandes potencias europeas callan. Berlín, Ottawa, Berna, Bruselas: silencio. Las cancillerías occidentales murmuran, pero no confrontan. La hipocresía es casi total.
Mientras tanto, Israel celebra. Sin disparar una sola bala, ha logrado silenciar a Palestina en el mayor foro diplomático del planeta. Es una victoria política, moral y simbólica. Y es también una derrota global para la justicia.
La indignidad como nueva normalidad
Lo inaudito ya no sorprende. Estados Unidos decide, Palestina obedece, Europa aplaude en silencio. La indignidad es norma. Lo que ayer hubiera generado un escándalo diplomático global, hoy pasa como nota a pie de página. Y esa indiferencia es peor que el veto mismo.
No hay derecho internacional, solo administración imperial. No hay diplomacia, solo veto. Lo que se entierra hoy no es solo una delegación: es la posibilidad misma de la ONU como espacio de representación legítima.
El crimen de acudir a la ley
Washington acusa a Palestina de “lawfare”, usar la justicia internacional para denunciar crímenes de guerra israelíes. Lo presenta como agresión. En realidad, se trata de un acto de resistencia legal frente a un ocupante armado y protegido por el silencio mundial.
Denunciar un crimen de guerra se convierte, según Estados Unidos, en un crimen diplomático. Es el mundo al revés. Se exige a los palestinos que no disparen, pero también que no hablen, que no demanden, que no molesten. Se les niega incluso el derecho al reclamo.
Como en Sudáfrica bajo el apartheid, los oprimidos no pueden denunciar. Solo callar. O morir.
El carcelero toma la palabra
Ya no basta con financiar el armamento israelí ni con bloquear resoluciones en el Consejo de Seguridad. Ahora se impide que los palestinos siquiera comparezcan. La ONU queda así secuestrada por el anfitrión.
¿De qué sirve un foro mundial si un solo país puede decidir quién habla y quién no? ¿Quién vive y quién desaparece del mapa diplomático? Estados Unidos ya no es árbitro. Es carcelero, censor, financiador y juez. Su credibilidad está muerta.
No es un gesto aislado. Es doctrina. Silenciar a Palestina es política de Estado.
Lo que viene después
La exclusión de Palestina de la Asamblea General inaugura un nuevo capítulo de impunidad. Lo que se normaliza hoy será replicado mañana. El que incomode será expulsado. La palabra será privilegio del aliado. La ONU, una empresa sin alma.
La credibilidad de Washington como mediador queda anulada. En América Latina, esta medida es vista como la continuación del trumpismo diplomático, supremacía, unilateralismo, desprecio total por el derecho internacional. No hay disfraz progresista que oculte esta realidad.
La palabra que no se entierra
En medio del veto, una frase de Gaitán resuena con más fuerza: «Cuando el pueblo se canse de sufrir, hará trizas el derecho escrito para hacer valer el derecho vivo».
Si en Gaza muere el cuerpo, en la ONU se entierra la voz. Pero ni el veto ni el silencio matan una causa. Solo la fortalecen.
Si la ONU ya no es capaz de garantizar la palabra del pueblo ocupado, que nadie se atreva a llamarla comunidad internacional…
G.S.