La desaparición de Robert Redford este 16 de septiembre de 2025 marca mucho más que el final de una carrera excepcional, cierra una cierta idea de Estados-Unidos, la que creyó posible reconciliar belleza y verdad, carisma e integridad. A los 89 años, el hombre que encarnó quizás mejor que nadie esa tensión fundamental del sueño estadounidense se apagó en su propiedad de Utah, ese territorio que había elegido desde 1961 como antídoto a Hollywood, como refugio frente a las claudicaciones del star-system.
Redford nunca fue simplemente un actor, sino el producto de una época que aún creía posible transformar la industria del espectáculo en instrumento de conciencia política. Su trayectoria revela la ambigüedad constitutiva de la cultura estadounidense contemporánea, cómo permanecer auténtico en un sistema que convierte la autenticidad en mercancía, cómo preservar la integridad artística ocupando a la vez el rango de símbolo sexual planetario. Estas preguntas Redford no las resolvió, las encarnó, y en ello reside su condición trágica en el sentido más noble.
El paradoxo Redford: belleza fatal y conciencia política
El análisis de su carrera revela una estrategia de resistencia comparable a la de un guerrillero cultural. Desde Butch Cassidy and the Sundance Kid en 1969 comprendió que su belleza física, esa mandíbula esculpida, esa cabellera dorada, esa sonrisa devastadora, era tanto capital como trampa. En lugar de complacerse en el conformismo del guapo hollywoodense, la convirtió en instrumento de subversión discreta pero constante.
Este gesto alcanzó su cumbre con All the President’s Men en 1976, obra que cristalizó todas las obsesiones redfordianas. Al encarnar a Bob Woodward, periodista del Washington Post que destapó el Watergate, Redford logró el prodigio de usar su magnetismo de estrella para dar cuerpo al ideal democrático del periodismo de investigación. Fue uno de los últimos monumentos de una era en que Hollywood todavía pretendía educar a las masas sin traicionarlas.
Pero hay que captar la dimensión trágica de esta empresa. La película salió en 1976, cuando Estados-Unidos descubría la magnitud de sus propias mentiras institucionales. Nixon había dimitido dos años antes, Vietnam se hundía en la derrota y la inocencia nacional se deshacía. Redford propuso entonces un heroísmo de la verificación, una mitología del fact-checking. La ironía quiso que ese mensaje lo encarnara uno de los rostros más seductores de su tiempo, como si la verdad solo pudiera triunfar mediante los códigos de la seducción.
El arte del retiro: Sundance como laboratorio utópico
La creación del Festival de Sundance en 1981 representó el desenlace natural de esta filosofía de resistencia artística. Redford entendió que el sistema hollywoodense, pese a éxitos puntuales, no podía ser vehículo duradero de una visión auténticamente crítica de la sociedad. Sundance se convirtió en laboratorio donde se experimentaban otras narrativas, otras relaciones con el dinero, otras jerarquías creativas.
Este gesto demuestra lucidez ante los mecanismos de la industria cultural. En lugar de combatir frontalmente un sistema que alimentaba con su fama, Redford abrió un espacio paralelo para voces marginadas por los circuitos tradicionales. Sundance se volvió símbolo de un cine “independiente” que, paradójicamente, solo pudo existir gracias al capital simbólico de una estrella del sistema dominante.
La ambigüedad era inevitable. Porque Sundance, pese a sus intenciones, terminó absorbido por el mismo engranaje que buscaba esquivar. Lo “independiente” se volvió género comercial, los jóvenes realizadores fueron devorados por las majors y la rebeldía original se convirtió en marca registrada. Redford contempló impotente la normalización de su propia utopía.
Ordinary People : la disección del malestar burgués
Su debut como director con Ordinary People en 1980 fue tal vez su gesto más coherente. Adaptación del libro de Judith Guest, la película disecciona con precisión quirúrgica el derrumbe de una familia de la burguesía blanca tras la muerte accidental de un hijo. Redford mostró comprensión aguda de los mecanismos psicológicos que gobiernan esa clase social a la que él mismo pertenecía.
El film es una meditación sobre la imposibilidad de comunicación auténtica en una sociedad obsesionada por las apariencias. Mary Tyler Moore encarnó a una madre cuya frialdad apenas disimulaba la implosión de sus certezas, mientras Timothy Hutton interpretó al hijo sobreviviente corroído por la culpa. Redford filmó estas fracturas con empatía distanciada, como crítico de su propio medio de origen.
Ordinary People ganó el Oscar a mejor película y le dio a Redford el de mejor director. El sistema premiaba así a uno de sus hijos prodigio por exponer con elegancia las neurosis de la Norteamérica media. Hollywood demostraba su capacidad de digerir la crítica, siempre que se formulara con suficiente distinción estética.
El ecologismo como resistencia a la modernidad
El compromiso ambiental de Redford fue inseparable de su obra. Su instalación en Utah en 1961, la compra de dos acres por 500 dólares, la construcción de su cabaña: gestos que fueron estrategia existencial y convicción ecológica. Intuyó que la defensa de la naturaleza era uno de los últimos espacios de resistencia frente a la homogeneización mercantil.
Su lucha por proteger los paisajes del Oeste prolongaba la tradición trascendentalista de Thoreau y Emerson. Pero también mostraba límites, porque su ecologismo era esencialmente estético: preservar la belleza más que cuestionar el sistema económico que la destruye. Una contradicción evidente en un hombre cuya carrera alimentaba una industria cultural global indiferente al medio ambiente.
La melancolía del último hombre
Los últimos años de Redford estuvieron marcados por la melancolía. All Is Lost en 2013, con un náufrago solitario frente a la furia del mar, funcionó como alegoría de su propia situación: un hombre fiel a sus convicciones que contemplaba impotente la degradación del mundo.
Su papel de villano en Captain America: The Winter Soldier en 2014 reveló conciencia aguda de su posición en la maquinaria del entretenimiento. Al encarnar a Alexander Pierce, dirigente corrupto de S.H.I.E.L.D., aceptaba ser la encarnación de aquello contra lo que había combatido.
The Old Man & the Gun en 2018, su despedida como actor, fue un testamento melancólico. Interpretó a un atracador anciano que se negaba a renunciar a su vida de riesgo. El paralelismo era evidente: cómo seguir creyendo en la subversión del arte en un mundo hundido en la posverdad y el cinismo.
El legado paradójico de una generación
Su muerte simboliza el fin de una época en que la celebridad parecía trampolín para el compromiso político y social. Una generación de artistas, de Jane Fonda a Warren Beatty, creyó que la notoriedad podía ser herramienta para causas justas. La evolución posterior del mercado mediático reveló la ingenuidad de esa visión.
Hoy el compromiso de las estrellas es parte del cálculo publicitario y resulta casi imposible separar convicción de estrategia. Redford pertenece a la última generación que mantuvo cierta coherencia entre discurso público y vida privada.
Su influencia en el cine estadounidense fue considerable, pero mostró también los límites del reformismo cultural. Sundance ayudó a lanzar talentos, pero terminó siendo engranaje del mismo sistema. La rebeldía se convirtió en estética de autenticidad perfectamente integrada al marketing.
USA huérfana de sus mitos
Con Redford desaparece una de las últimas encarnaciones creíbles del “good guy” estadounidense. Esa figura conciliaba éxito individual y virtud cívica, belleza e integridad. Ofrecía a Estados Unidos un espejo amable donde no veía sus contradicciones más profundas.
Hoy ya no surgen figuras así. Las estrellas actuales habitan un ecosistema saturado de información, donde cada gesto es diseccionado, cada declaración instrumentalizada. La máquina mediática sofoca la ambigüedad creadora.
Se trata de una mutación radical: la imposibilidad de creer en héroes individuales. Redford encarnaba la fe en que un hombre solo, por fuerza de carácter y carisma, podía torcer el curso de la historia. Esa fe en el excepcionalismo norte americano no resiste ya el análisis de los mecanismos sistémicos.
Redford muere en el momento en que USA descubre dolorosamente que sus mitos fundadores no pueden seguir ocultando disfunciones estructurales. Su desaparición marca el final de una época donde aún se creía que belleza, talento y virtud podían coexistir. Entramos en una era más oscura, aunque más lúcida, donde el arte deberá aprender a prescindir de figuras tutelares para enfrentar directamente la complejidad del presente.
El hombre que quiso reconciliar a USA con sus ideales más nobles nos deja frente a nuestras contradicciones. Quizá ese sea su último regalo, habernos mostrado la imposibilidad de esa reconciliación. Ahora nos toca inventar otras formas de resistencia, otros modos de preservar lo que aún merece ser salvado del legado de su generación.
Robert Redford (1936-2025) nos deja tras intentar demostrar que Hollywood podía tener alma. La historia juzgará si esa tentativa fue heroica o fútil. Al menos fue obstinadamente magnífica…
G.S.
Método de verificación
Los elementos fácticos de este homenaje se verificaron con fuentes abiertas reconocidas, en particular la fecha y el lugar del fallecimiento, la edad, la cronología de Sundance, la filmografía citada y los premios. La creación del instituto en 1981, la toma de control del festival en 1985 y el cambio de nombre en 1991 se comprobaron para evitar confusiones con la fundación del festival en 1978. Los títulos de las obras y los nombres propios se revisaron para respetar la ortografía de uso. Cualquier incertidumbre no resuelta en el momento de la publicación se señala mediante formulaciones prudentes y la ausencia de afirmaciones gratuitas.
Fuentes
- Reuters, obituario de Robert Redford, 16 sep 2025
- Associated Press, obituario y perfil, 16 sep 2025
- The Washington Post, obituario y cronología de Sundance, 16 sep 2025
- Los Angeles Times, obituario y carrera, 16 sep 2025
- Sundance Institute, historia institucional 1981 y control del US Film Festival 1985, consultado el 16 sep 2025
- Park City Museum, historia del festival 1978 y cambio de nombre 1991, 17 ene 2024
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