El derrumbe era previsible, solo faltaba la sentencia que confirmara lo que millones intuían. Jair Bolsonaro, el apóstol de la barbarie tropical, acaba de ser condenado a 27 años por la tentativa miserable de convertir Brasil en un campo de ruinas autoritarias. El Tribunal Supremo Federal ha dictado lo que la historia ya había escrito en la piel del pueblo, la condena de un farsante que se creyó mesías y terminó prisionero de su propia impostura. En la soledad amarga de un caudillo derrotado, el eco de las urnas de 2022 retumba más fuerte que cualquier discurso delirante. El Brasil que lo repudió en las calles ahora lo ve encadenado en el estrado de la justicia, un espectáculo tan grotesco como necesario. No hay épica, solo la podredumbre exhibida sin maquillaje, un cadáver político puesto al sol para que todos respiren el hedor de la derrota. La farsa terminó, y el verdugo resultó ser la democracia que intentó destruir.
El verdugo es la democracia
El hombre que se envolvía en la bandera para ocultar el olor a pólvora y corrupción descubrió que no basta con manipular a las masas para escapar de la sentencia del tiempo. Bolsonaro apostó al caos, incendió instituciones, sembró odio y pidió fidelidad ciega. Ahora recibe a cambio la única cosecha posible, la marca indeleble de un criminal que no supo gobernar ni perder. Sus seguidores lloran en las redes sociales, balbucean conspiraciones, suplican clemencia, mientras los jueces clavan el martillo con indiferencia quirúrgica. Es el fin de una era de testosterona barata y religión de mercado, la caída del bufón que se creyó emperador. Brasil despierta entre ruinas, consciente de que el monstruo fue creado por la misma sociedad que ahora celebra su caída. Y en ese espanto compartido se construye la posibilidad de un nuevo comienzo, aunque aún rodeado de incertidumbre y cicatrices.
El peso del número
La sentencia de 27 años es un número cargado de simbolismo, no tanto por lo que pueda cumplir en una celda sino por lo que significa en el imaginario colectivo. Medio país había normalizado la violencia, justificando cada bala disparada contra pobres e indígenas en nombre de un orden fabricado. El otro medio resistió con uñas y dientes, soportando insultos, amenazas y una campaña sistemática de odio. Hoy ese país resistente asiste al ajuste de cuentas, un momento que huele a justicia pero también a revancha. Bolsonaro no caerá solo, con él se hunden generales cómplices, empresarios que aplaudieron la represión, pastores que cambiaron a Cristo por la chequera. El imperio del resentimiento ha sido demolido por la misma corte que intentaron someter. Y aunque el futuro sigue incierto, lo que queda es la certeza de que ningún fascista tropical es intocable cuando la sociedad decide arrinconarlo. El peso de la condena supera las paredes de una cárcel, es un mensaje que retumba en cada favela, en cada rincón del Amazonas, en cada ciudad marcada por la desigualdad estructural. Veintisiete años es también el tiempo de una generación entera, suficiente para que nazcan y crezcan hijos que ya no tendrán que escuchar su nombre como una amenaza.
Ecos de Trump
Las comparaciones con Trump resultan inevitables, dos payasos de feria que jugaron a incendiar la democracia con la esperanza de sobrevivir al humo. Ambos aprendieron tarde que la justicia, aunque lenta, termina mordiendo con los dientes afilados de la memoria popular. La diferencia es que en Brasil la maquinaria institucional, corroída pero aún viva, decidió no ceder del todo ante el chantaje del populismo de ultraderecha. Bolsonaro creyó que el 8 de enero de 2023 sería su momento de gloria, la invasión de los edificios públicos en Brasilia como símbolo del retorno autoritario. Fue más bien la fecha en la que cavó su propia tumba política, el instante preciso en que la máscara se derrumbó ante el mundo entero. Desde entonces, cada discurso, cada lágrima de cocodrilo, cada gesto de victimización no fue más que el ruido patético de un derrotado. Y ahora, con la condena sellada, ni siquiera el olvido podrá rescatarlo del basurero de la historia. Este espejo con Trump conecta también con la red de extremistas globales, desde Vox en España hasta José Antonio Kast en Chile, pasando por Steve Bannon que intentó exportar la doctrina del caos. Todos ellos encuentran ahora en Bolsonaro un ejemplo de fracaso irreversible.
El costo humano
La cifra judicial es fría, pero detrás hay un costo humano imposible de calcular. Millones de vidas golpeadas por la negligencia durante la pandemia, miles de familias indígenas desplazadas o diezmadas en la Amazonia, decenas de periodistas perseguidos, centenares de opositores hostigados por un aparato de propaganda que convirtió la mentira en política de Estado. El país no olvida los cementerios improvisados, las aldeas incendiadas, las caravanas de hambre. La condena no devuelve a los muertos, pero señala con precisión al responsable político de esa catástrofe. Ninguna estadística podrá absorber el dolor de los que sobrevivieron, pero la justicia ofrece al menos una reparación simbólica, un reconocimiento de que el sufrimiento no fue casualidad sino consecuencia directa de un gobierno de odio.
El cadáver del bolsonarismo
El bolsonarismo, como toda enfermedad social, no desaparecerá de la noche a la mañana. Quedará envenenando el debate, susurra en barrios y templos, se recicla en discursos de odio. Pero la figura central, el referente carismático, ha sido pulverizado por un martillazo judicial que lo convierte en tóxico para cualquier proyecto político. La derecha brasileña enfrenta un dilema existencial, seguir abrazando el cadáver de su líder o intentar reconstruirse entre las cenizas. Ninguna de las opciones parece prometedora, porque la mancha de haber alimentado a la bestia no se borra con un simple lavado de imagen. Bolsonaro se convierte así en el recordatorio vivo de lo que significa apostar por el autoritarismo. El Brasil de hoy, marcado por la desigualdad y la violencia, no puede permitirse repetir el experimento. La sentencia es tanto un castigo como una advertencia, una señal escrita con sangre y piedra. El movimiento que nació del odio y la nostalgia por la dictadura militar hoy agoniza en la indiferencia de un país que busca desesperadamente otra narrativa.
El cinismo internacional
Afuera, el mundo observa con una mezcla de alivio y cinismo. Gobiernos que alguna vez toleraron sus exabruptos ahora se apresuran a aplaudir la condena, como si nunca hubieran hecho negocios con el régimen. Europa habla de defensa de la democracia mientras arma dictaduras en otras latitudes. Estados Unidos se sacude el polvo del trumpismo y celebra que la justicia brasileña marque un límite. La hipocresía internacional queda al desnudo, pero eso no resta valor al hecho central, un autócrata ha caído. La condena de Bolsonaro abre un respiro en América Latina, una región cansada de caudillos que confunden el poder con la eternidad. No es el final de la batalla, apenas una tregua, pero al menos el enemigo más ruidoso ha sido neutralizado. En la geografía de la ignominia, Bolsonaro ya ocupa su lugar definitivo, un espacio reservado a los cobardes que quisieron incendiar el mundo y terminaron quemándose solos. Y en esa hoguera, lo que arde no es solo el mito de un hombre, sino la ilusión de que la violencia podía ser un proyecto de nación. Lo que está en juego ahora es si Brasil podrá construir un relato distinto, menos devoto de los caudillos y más atento a la vida cotidiana de sus ciudadanos.
Memoria contra el olvido
Un país que no archiva con rigor sus heridas está condenado a repetirlas. Las imágenes del ocho de enero pesan como un plomo en la conciencia colectiva, pero la memoria necesita organización y escuela, necesita prensa libre y justicia accesible, necesita proteger a quienes denuncian y a quienes investigan. No basta con la épica del día del veredicto, hace falta un sistema que vuelva impensable la impunidad. La condena no debe ser un punto final, debe ser el inicio de una pedagogía democrática que explique a cada adolescente por qué la violencia política no es una salida y por qué los salvadores de la patria siempre terminan salvándose a sí mismos. Como escribió Vallejo, hay golpes en la vida tan fuertes yo no sé, y esta vez el golpe puede transformarse en lección si Brasil se atreve a mirar de frente sus ruinas.
Epílogo sin redención
« La democracia es el difícil ejercicio de la libertad. »
– Darcy Ribeiro –
Bolsonaro cae y con él se derrumba una máscara que durante años ocultó negocios, resentimientos y un proyecto que hizo del sufrimiento ajeno una bandera. No hay gloria en esta caída, solo un alivio provisorio y la responsabilidad de no repetir el error. Cuando un país decide poner límites al delirio autoritario, la política recupera su nombre, la ley recupera su espina dorsal y el futuro deja de ser territorio exclusivo de los cínicos. Que nadie se equivoque, esto no termina aquí. La única victoria razonable será un Brasil menos crédulo ante los vendedores de odio y más exigente con sus instituciones. El resto es ruido, espuma y mercancía para los nostálgicos del desastre. Y mientras tanto la justicia se transforma en una pedagogía amarga pero necesaria, porque no hay democracia posible sin la disciplina de recordar cada fracaso y aprender a no repetirlo. Para América Latina, la lección es inmediata, ningún autócrata debe sentirse seguro en su trono de barro. La sentencia contra Bolsonaro resuena en Bogotá, en Buenos Aires, en Ciudad de México, como un recordatorio brutal de que la democracia, aun herida, sabe defenderse…
G.S.
Fuentes:
- Wikipedia — Inelegibilidad política de Jair Bolsonaro (actualización 2025)
- AP News — La Corte Suprema de Brasil condena al expresidente Jair Bolsonaro por planear un golpe, sentencia de 27 años (11 de septiembre de 2025)
- Courrier International — Jair Bolsonaro condenado a 27 años de prisión en espera de una posible amnistía (11 de septiembre de 2025)
- Politico — Bolsonaro condenado en Brasil por intento de golpe, sentenciado a 27 años (11 de septiembre de 2025)
- RTL Info — Brasil: Jair Bolsonaro condenado a 27 años de prisión por su intento de golpe de Estado (11 de septiembre de 2025)
- Wikipedia — Intento de golpe de Estado en Brasil en 2023 (actualización 2025)
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