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Síntesis inicial
Desde agosto 2025, Washington despliega su mayor concentración militar en el Caribe desde la invasión de Panamá en 1989. El grupo operativo incluye el portaaviones USS Gerald R. Ford, ocho buques de guerra, cazas furtivos F-35 y aproximadamente 4.500 efectivos, de los cuales 2.200 son Marines entrenados en operaciones anfibias. Este texto demuestra que la amenaza militar constituye una operación de intimidación estratégica cuya función real es ocultar y potenciar la verdadera guerra que Estados Unidos libra contra Venezuela desde hace dos décadas mediante sanciones económicas. La invasión no llegará porque resulta tácticamente inviable, estratégicamente ruinosa y políticamente innecesaria. El despliegue naval no prepara una guerra sino que maximiza el impacto de las sanciones mediante la parálisis del Estado venezolano obligado a movilizarse contra una amenaza que nunca se materializará.
La aritmética de lo imposible
El dispositivo militar estadounidense ofrece superioridad táctica indiscutible para objetivos limitados como la toma de puertos o instalaciones petroleras específicas. Los destructores Arleigh Burke con sistema Aegis, el submarino nuclear clase Virginia y los cazas F-35A estacionados en Puerto Rico garantizan dominio aéreo y naval absoluto. Los ejercicios anfibios de agosto donde se practicaron tomas de aeródromos bajo condiciones operacionales reales prueban la preparación táctica inmediata. Las cuatro embarcaciones destruidas en septiembre con un saldo de al menos 21 muertos confirman que Washington cruzó el umbral del uso de fuerza letal. Este dispositivo podría ejecutar raids quirúrgicos contra blancos seleccionados en cuestión de días.
Sin embargo, la invasión y ocupación territorial de Venezuela pertenece a otra categoría operativa que los números desmienten sin apelación. Venezuela posee 916.000 kilómetros cuadrados y 28 millones de habitantes. La invasión de Panamá en 1989 movilizó 28.000 soldados para controlar 75.000 kilómetros cuadrados y 2,5 millones de habitantes. La proporción territorial multiplica por doce el desafío panameño. Según la doctrina contrainsurgente del propio Ejército estadounidense, una ocupación efectiva en territorio hostil requiere un ratio mínimo de 20 soldados por cada 1.000 habitantes.
DATO CLAVE
Doctrina militar estadounidense post-Irak. Una ocupación efectiva en territorio hostil requiere 20 soldados por cada 1.000 habitantes. Para los 28 millones de venezolanos, esto implica 560.000 efectivos en despliegue permanente. El Army estadounidense cuenta actualmente con 485.000 soldados en servicio activo total.
Comprometer 560.000 efectivos en Venezuela implica vaciar literalmente todas las bases del planeta y anular cualquier capacidad de respuesta ante crisis simultáneas en Europa, Medio Oriente o el Pacífico.
Las proyecciones internas del Pentágono estiman entre 2.500 y 3.000 muertos estadounidenses en los primeros cuatro meses de conflicto convencional, con aproximadamente 10.000 heridos. Estas cifras superan las pérdidas acumuladas durante veinte años en Afganistán. El costo político resulta incompatible con una administración que enfrenta elecciones de medio término en 2026 y cuyo discurso prometió terminar con las guerras intervencionistas heredadas. La geografía venezolana favorece estructuralmente la resistencia asimétrica. La cordillera andina, la cuenca amazónica y la urbanización densa de Caracas proporcionan santuarios naturales que ninguna superioridad tecnológica puede neutralizar, como Vietnam, Afganistán e Irak demostraron. Rusia, China e Irán poseen tanto la capacidad como el interés geopolítico de armar y financiar una guerrilla prolongada. Moscú suministra armamento desde 2005 y mantiene asesores militares en territorio venezolano. Pekín invirtió más de 60.000 millones de dólares en infraestructuras petroleras desde 2007. Ninguno permitiría que Estados Unidos controle las mayores reservas probadas de petróleo del planeta sin convertir la ocupación en un infierno operativo sostenido.
La paradoja táctica fundamental destruye la credibilidad de la amenaza. Si Washington planificara seriamente una intervención, no anunciaría sus preparativos con cuatro meses de antelación permitiendo a Caracas fortificar posiciones y dispersar arsenales. El teatro militar sirve a otra función estratégica completamente distinta de la que proclama.
La guerra real y su complemento teatral
Mientras portaaviones monopolizan la atención mediática, la ofensiva que efectivamente destruye Venezuela opera desde 2006 en el campo económico con eficacia devastadora. Las sanciones financieras progresivamente radicalizadas bajo Trump en 2019 han estrangulado la economía con precisión quirúrgica. El mecanismo opera en tres niveles simultáneos. Primero, el bloqueo financiero impide a Caracas acceder al sistema bancario internacional, refinanciar deuda y realizar transacciones en dólares. Segundo, la prohibición de exportar crudo a Estados Unidos, que absorbía el 40% de la producción venezolana antes de 2019, desarticuló cadenas de suministro construidas durante décadas. Tercero, las sanciones secundarias penalizan a cualquier empresa extranjera que comercie con Venezuela, multiplicando exponencialmente el impacto del bloqueo primario y convirtiendo al país en paria comercial global.
Las consecuencias superan cualitativamente el costo de cualquier bombardeo convencional. El PIB se contrajo 75% entre 2013 y 2020, una caída más pronunciada que la sufrida por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La producción petrolera colapsó de 3,5 millones de barriles diarios en 1998 a menos de 700.000 en 2024, destruyendo la única fuente significativa de divisas.
DATO CLAVE
Destrucción económica sin bombardeos. Entre 2013 y 2020, el PIB venezolano se contrajo 75%, una caída superior a la sufrida por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La producción petrolera colapsó de 3,5 millones de barriles diarios (1998) a menos de 700.000 (2024). Más de 7 millones de venezolanos huyeron del país desde 2015.
La secuencia causal es transparente: sanciones financieras generan escasez de dólares, escasez impide importación de alimentos y medicamentos, escasez provoca hiperinflación que alcanzó 130.000% en 2018 pulverizando salarios y ahorros. El resultado incluye más de siete millones de venezolanos que huyeron del país desde 2015, aumento del 63% en mortalidad infantil entre 2015 y 2019 según la ONU, y colapso del sistema de salud por imposibilidad de importar equipamiento médico.
Esta destrucción sistemática persigue un objetivo político explícito que no requiere ocupación militar. El estrangulamiento busca provocar el colapso interno del régimen chavista mediante la erosión de su base social. La lógica es brutal pero eficiente: un pueblo hambriento terminará por derrocar al gobierno identificado como responsable de su miseria, independientemente de que esa miseria haya sido producida externamente. Washington apuesta a que la presión quebrará la cohesión de las Fuerzas Armadas y desencadenará un golpe de Estado que instale un régimen obediente.
El despliegue militar en el Caribe no constituye una alternativa a esta estrategia sino su complemento potenciador. La amenaza permanente cumple tres funciones estratégicas simultáneas que maximizan el impacto de las sanciones económicas. Primero, obliga a Caracas a movilizar recursos escasos hacia la defensa militar, desviándolos de necesidades económicas y sociales urgentes. Los ejercicios militares venezolanos de respuesta, el decreto presidencial que otorga poderes especiales a Maduro y la movilización de reservistas consumen recursos que el país no tiene. Segundo, justifica medidas de emergencia y restricciones de derechos que el régimen presenta como respuesta defensiva legítima ante agresión imperial inminente, reforzando paradójicamente la narrativa chavista de asedio externo. Tercero, alimenta la incertidumbre sobre el futuro político que paraliza cualquier inversión extranjera o actividad económica de mediano plazo, profundizando el aislamiento y la contracción.
El teatro militar funciona porque genera efectos políticos reales independientemente de su credibilidad operativa. Maduro debe responder a la amenaza como si fuera real porque no hacerlo significaría perder legitimidad ante sus propias fuerzas armadas. Esta respuesta obligada agrava precisamente el colapso económico que las sanciones buscan producir. El simulacro deviene instrumento estratégico cuyo valor no reside en su capacidad de engañar a analistas sofisticados sino en su capacidad de forzar reacciones contraproducentes del adversario. Además, el despliegue cumple funciones de política interior estadounidense. La base electoral republicana exige demostraciones visibles de firmeza contra las “narco-dictaduras” latinoamericanas. El dispositivo naval satisface esta demanda simbólica sin los costos humanos de un conflicto real, permitiendo a Trump presentarse simultáneamente como líder dispuesto a usar la fuerza y como estadista prudente que evita guerras innecesarias.
“El despliegue naval estadounidense en el Caribe no prepara una invasión. Obliga a Caracas a consumir recursos inexistentes en defensa militar mientras las sanciones financieras estrangulan la economía. El simulacro deviene arma estratégica cuyo valor reside en forzar reacciones contraproducentes del adversario.”
– Análisis geopolítico – Le Grand Continent, septiembre 2025
El imperio sin ocupación
El contraste entre retórica belicista y realidad estratégica revela la mutación del poder imperial en el siglo XXI. Washington ya no necesita invadir Venezuela porque posee instrumentos de dominación estructuralmente superiores a la ocupación militar. El control del sistema financiero global, la capacidad de imponer sanciones extraterritoriales que obligan a terceros países a cumplir el bloqueo bajo pena de exclusión de mercados occidentales, y el monopolio sobre infraestructuras críticas del comercio internacional otorgan a Estados Unidos un poder de destrucción económica que ningún ejército convencional puede igualar en eficiencia. La ocupación militar requiere cientos de miles de soldados, genera miles de muertos propios, produce costos políticos devastadores y puede fracasar ante resistencias determinadas. El estrangulamiento financiero opera desde escritorios en Washington, no produce bajas estadounidenses, resulta invisible para la opinión pública occidental y ha demostrado capacidad de destruir economías enteras sin disparar un solo proyectil.
Los portaaviones desplegados en el Caribe no preparan la invasión que nunca llegará. Proporcionan el telón de fondo teatral necesario para que las sanciones económicas operen con máxima eficiencia política y psicológica. El poder imperial contemporáneo funciona mediante la articulación coordinada de amenaza militar y destrucción económica donde la primera potencia los efectos de la segunda sin necesidad de materializarse nunca. Esta es la lección que Washington aprendió tras los fracasos de Irak y Afganistán. El imperialismo del siglo XXI no conquista territorios, estrangula economías. No ocupa países, destruye Estados. No despliega gobernadores militares, impone gobiernos sumisos mediante el colapso sistemático de cualquier alternativa de autonomía nacional. Venezuela constituye el laboratorio donde esta estrategia se perfecciona para su aplicación futura contra cualquier régimen que desafíe la hegemonía estadounidense en América Latina y más allá…
G.S.
Fuentes
Medios consultados
- La Presse: “Déploiement militaire dans les Caraïbes” (29/08/25), “De nouveaux exercices militaires au Venezuela” (08/10/25), “Le Venezuela tente de rallier des soutiens à l’ONU” (10/10/25)
- Le Grand Continent: “Trump prépare-t-il une guerre contre le Venezuela?” (19/09/25)
- Washington Examiner: análisis de preparativos militares (10/25)
- Pravda France/FR: reportes sobre capacidades militares desplegadas (10/25)
Datos oficiales
- Departamento de Defensa (EEUU): informe ejercicios anfibios, agosto 2025
- ONU: estadísticas crisis humanitaria venezolana 2015-2024
- Estimaciones Pentágono sobre proyecciones de bajas (filtradas 10/25)


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