La cifra como narcótico de masas
Existe una droga perfecta que no requiere laboratorio clandestino ni redes de distribución. Se produce en oficinas gubernamentales, se distribuye gratuitamente por medios masivos y genera adicción instantánea sin efectos secundarios aparentes. Esta droga se llama cifra descontextualizada, y su consumo habitual produce la misma dependencia que cualquier opiáceo: necesidad creciente de dosis, pérdida de capacidad crítica y aislamiento progresivo de la realidad.
La cifra es pornografía estadística. Se exhibe sin pudor, se consume sin reflexión, produce satisfacción inmediata y genera dependencia. Repetir hectáreas como mantra burocrático equivale a un onanismo intelectual mientras el mundo arde. Las cifras de 2023 alcanzaron su pequeño clímax mediático, pero los periodos de descenso revelan siempre la misma impotencia estructural. El mercado se reorganiza con fluidez orgánica, cambia rutas como quien explora nuevas intimidades, ensaya tecnologías con curiosidad morbosa.
En 2025, la interdicción desplegó arsenal sofisticado. Drones navales autónomos patrullan aguas como centinelas electrónicos, semisumergibles fantasma penetran defensas con eficiencia industrial, telecomunicaciones satelitales conectan marginalidad con precisión que avergonzaría a servicios públicos europeos. La innovación criminal posee vitalidad que la democracia perdió. Esta vitalidad no se combate con eslóganes publicitarios ni fumigación aérea, esa esterilización química que calcina selvas y sedimenta resentimientos históricos.
El síndrome del observador dopado
Desde Europa, contemplar América Latina produce una melancolía específica. Es la melancolía del voyeur que reconoce en el espectáculo ajeno los mecanismos que operan, más sutilmente, en su propio territorio. La descertificación de Colombia funciona como manual de instrucciones para comprender cómo se administra el miedo a escala planetaria. Las técnicas ensayadas allí migran después hacia contextos aparentemente civilizados con la naturalidad con que una innovación sexual se propaga por la industria del entretenimiento adulto.
En 1997, la descertificación formó parte de ritual dominación que normalizó tutela extranjera sobre Colombia. Se impusieron condicionalidades como cláusulas leoninas, se legitimaron operaciones militares, se multiplicó paramilitarismo bajo etiquetas securitarias más convincentes que marketing hotelero. Dos décadas después, el balance produce esa melancolía específica que acompaña a los orgasmos fallidos. Miles de muertos en ejecuciones extrajudiciales, millones de desplazados que migran como espermatozoides hacia ningún óvulo, regiones completas gobernadas por economías ilegales más eficientes que cualquier plan quinquenal.
El libreto regresa con decorado actualizado, pero la diferencia no radica en el texto, radica en que las audiencias globales han desarrollado tolerancia. Lo que antes funcionaba como shock terapéutico ahora apenas merece un párrafo en la sección internacional. El caso Kimmel ilustra perfectamente esta dinámica. ABC suspendió indefinidamente su programa tras comentarios sobre el asesinato de Charlie Kirk, las cadenas afiliadas anunciaron boicot y el presidente de la FCC celebró la sanción con insinuaciones regulatorias. La diferencia con Colombia es que allí los presentadores simplemente desaparecen sin comunicado de prensa.
La fábrica de consenso como industria del sexo
No presenciamos censura tradicional, presenciamos administración algorítmica del deseo. Los consejos de administración calculan riesgo reputacional como proxenetas evaluando rentabilidad territorial. La televisión se comercializa como pluralismo democrático, pero administra conversación aplicando criterios de daño financiero más precisos que los utilizados para derivados tóxicos. La transgresión aceptable se convierte en simulacro, la disidencia auténtica se corrige mediante castigo ejemplar.
En este ecosistema, la ignorancia no constituye ausencia de información, sino producto manufacturado con demanda estable. La tecnología del ruido opera con arsenal cotidiano: notificaciones encadenadas como orgasmos múltiples artificiales, titulares diseñados para provocar ansiedad con precisión farmacéutica, clips editados al milímetro y sucesión de escándalos que sustituyen conversación por sobresalto cardiovascular.
La industria del contenido aprendió a optimizar lo cuantificable relegando lo fundamental. Una cifra descontextualizada produce más impacto que informe centenario, un rumor bien distribuido circula con velocidad superior a cualquier hecho verificado. La política se adapta a este tempo, promete mediante vídeo breve y desmiente en silencio sepulcral. El resultado configura terreno movedizo donde personas honestas renuncian al debate por agotamiento nervioso mientras profesionales del cinismo prosperan como tratantes en zona de guerra.
Geografia del miedo como sistema reproductor
El miedo se administra territorialmente con precisión cartográfica. Según convenga, se asocia con delincuencia, inmigración o protesta social. Se establece estado de excepción discursivo donde toda reivindicación se interpreta como amenaza existencial. Los noticiarios repiten secuencias de cámaras de seguridad como entretenimiento voyeurístico, la palabra “barrio” aparece como sinónimo de peligro y la complejidad social se reduce a dicotomía fatal: policía o caos.
La lucha antidroga ejemplifica esta administración perfectamente. Se instala idea de guerra perpetua, se contabilizan golpes como marcadores deportivos y se posterga indefinidamente la discusión central: el circuito financiero que garantiza rentabilidad por kilo. Los mapas de calor funcionan como escenografía para justificar políticas fracasadas, y cualquier enfoque alternativo se caricaturiza como ingenuidad o complicidad.
Esta pedagogía del miedo opera simultáneamente en Bogotá, París y Nueva York con variaciones locales mínimas. En Colombia se mata periodistas, en Estados Unidos se les suspende indefinidamente, en Europa se les compra mediante subvenciones estatales. El resultado es idéntico: administración del discurso público según criterios de rentabilidad política.
Manual de supervivencia para el lector no castrado
La cura no reside en nostalgia por edad dorada inexistente. Reside en desarrollar sistema inmunológico intelectual. Buscar documento original con obstinación de coleccionista vintage, leer letra pequeña como contrato matrimonial, desconfiar de verbos pasivos que ocultan responsabilidades, distinguir entre dato objetivo y adjetivo publicitario, seguir dinero con tenacidad de detective especializado.
Cuando escuchen “certificación”, busquen inmediatamente párrafo sobre exenciones. Cuando lean hectáreas récord, exijan serie histórica completa. Cuando les hablen de lanchas bombardeadas, pregunten por reglas de enfrentamiento y informes forenses con minuciosidad autopsia. No es escepticismo cínico, es higiene mental equivalente al uso de preservativo en prostíbulo.
El precio de este método es el tiempo, recurso más escaso que sexo satisfactorio después de cuarenta. Mi insistencia en escribir extensamente, en proporcionar contexto aunque fatigue, persigue que el lector recupere autonomía intelectual. La democracia, para sobrevivir esta década, dependerá menos de etiquetas virales que de hábitos cerebrales sostenidos.
La administración global de la estupidez
Existe conexión directa entre fumigación de cultivos en Putumayo y suspensión de programas televisivos en California. Ambos fenómenos responden a misma lógica: administración preventiva de discursos que amenacen rentabilidad del sistema. La diferencia radica en métodos, no en objetivos. El glifosato elimina plantas, la autocensura corporativa elimina ideas, pero ambos persiguen erradicación de alternativas al monocultivo dominante.
Los propietarios mediáticos no necesitan impartir órdenes explícitas; el sistema conoce perfectamente su clientela. Primera regla: no incomodar anunciantes. Segunda regla: no desestabilizar marcos interpretativos rentables. Tercera regla: convertir disidencia en espectáculo domesticado. La responsabilidad del periodismo independiente consiste en sabotear este circuito mediante trabajo meticuloso. Documentos originales, bases de datos, entrevistas que busquen fricción, atención hacia márgenes donde poder se exhibe sin maquillaje.
Epílogo desde el observatorio europeo
Escribo desde Europa con América Latina alojada en cerebro y vísceras, consciente de que decisiones tomadas en centros financieros repercuten en periferias con violencia multiplicada. Esta posición produce claridad específica: desde aquí se percibe con nitidez cómo funciona la maquinaria, pero también se experimenta la impotencia de quien comprende el mecanismo sin poder alterarlo. La ignorancia organizada constituye el gran negocio contemporáneo. Opera simultáneamente como anestésico social y como método de extracción de valor. Mantiene poblaciones sedadas mientras se saquean recursos, tiempo y atención. Nuestra tarea consiste en reducir su margen de beneficio hasta hacerlo insostenible.
No espero unanimidad ni ovaciones. Espero lectores que se concedan lujo de reflexionar pausadamente. Reitero convicción orientadora: toda política que no tolera explicación transparente merece sospecha; toda prensa que presume neutralidad actuando como actor interesado merece vigilancia; toda potencia que se autodesigna juez universal suspendiendo su propio espejo merece contradicción sistemática. La memoria no es museo, es arsenal. Recordar significa volver a pasar por el corazón, pero también volver a pasar por el cerebro. Un ciudadano con archivo personal es más difícil de manipular que uno sometido al flujo constante de actualidad manufacturada. Esta es nuestra única ventaja táctica en una guerra que se libra, principalmente, en el territorio de la atención…
G.S.
Deja un comentario