El viernes 12 de septiembre de 2025, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó por abrumadora mayoría la “Declaración de Nueva York”, marcando un punto de inflexión histórico en el conflicto israelo-palestino. Con 142 votos a favor contra apenas 10 en contra y 12 abstenciones, la comunidad internacional envió un mensaje inequívoco: la solución de dos Estados no es negociable, y el Hamas debe ser excluido categóricamente del futuro palestino. El texto, gestado durante meses por Francia y Arabia Saudí tras la conferencia de alto nivel celebrada entre el 28 y 30 de julio, condensa la exasperación mundial ante décadas de impunidad israelí.
Esta resolución representa el primer documento onusiano que condena explícitamente los ataques del 7 de octubre de 2023, desarmando la narrativa victimista que ha permitido al régimen sionista justificar sus crímenes sistemáticos. La declaración exige el desarme total del Hamas y su expulsión definitiva de Gaza, transfiriendo toda la autoridad gubernamental a la Autoridad Palestina reconocida internacionalmente. Esta medida estratégica desarticula por completo el argumento israelí que equipara sistemáticamente la resistencia palestina legítima con el terrorismo yihadista internacional.
La votación reveló la anatomía geopolítica de la complicidad estructural con el aparato sionista, exponiendo sin piedad la red de subordinación imperial que ha perpetuado durante décadas el genocidio palestino. Los diez países que osaron votar contra la resolución incluyen, predeciblemente, a Estados Unidos e Israel, pero también a una constelación de satélites menores cuya subordinación servil resulta tan patética como reveladora de su naturaleza colonial. Argentina, bajo el gobierno ultraderechista de Javier Milei, ratifica definitivamente su alineamiento servil con Washington y Tel Aviv, sacrificando conscientemente décadas de diplomacia latinoamericana equilibrada. La Hungría de Viktor Orbán perpetúa su doble juego geopolítico histórico, denunciando vehementemente la ocupación rusa en Ucrania mientras legitima y protege sistemáticamente la ocupación israelí en Palestina. Los micro-Estados del Pacífico (Micronesia, Nauru, Palaos, Papúasía-Nueva-Guinea, Tonga y Kiribati) junto al Paraguay, revelan brutalmente su condición de marionetas geopolíticas absolutas, vendiendo literalmente su voto soberano por migajas de ayuda financiera estadounidense y protección diplomática imperial.
La fractura moral de Occidente
La abstención calculada de doce países, incluyendo potencias europeas fundamentales como el Reino Unido y Alemania, ilustra de manera cristalina la esquizofrenia occidental contemporánea ante las contradicciones insolubles de su propio sistema de dominación global. Estos Estados occidentales pretenden hipócritamente defender el derecho internacional y los valores humanitarios universales mientras evitan sistemáticamente confrontar a su aliado genocida más estratégico en Oriente Medio.
El silencio calculado y cobarde de Londres, que simultáneamente anuncia reconocer a Palestina “si Israel no detiene la situación aterradora en Gaza”, ejemplifica perfectamente la cobardía diplomática institucionalizada, disfrazada cínicamente de pragmatismo realpolitik responsable. Alemania, eternamente prisionera de su culpa histórica nazista perpetua, se refugia en la abstención estratégica para evitar elegir definitivamente entre sus compromisos humanitarios proclamados y su lealtad incondicional al proyecto sionista como expiación histórica. Esta posición contradictoria revela la imposibilidad estructural fundamental de Occidente para enfrentar las consecuencias directas de sus propias creaciones coloniales contemporáneas sin cuestionar los fundamentos mismos de su hegemonía civilizacional. No se trata ya de una postura táctica sino de una patología estructural: el miedo histórico a deslegitimar sus propias mitologías fundacionales empuja a estos países al borde de la negación absoluta, al precio de su credibilidad internacional. Y en ese reflejo condicionado, se perpetúa una cultura diplomática de cinismo mínimamente disimulado, que degrada cualquier apelación a la justicia en mera herramienta de conveniencia geoestratégica.
La complicidad latinoamericana en silencio
Mientras el concierto diplomático global se reorganiza, el continente latinoamericano revela sus propias contradicciones. A pesar del voto claro de Brasil, México, Bolivia y Chile, organismos como la OEA han permanecido inactivos, prisioneros de su sumisión histórica a la agenda de Washington. La voz de la región, que antaño encarnaba el principio de autodeterminación de los pueblos, se ha diluido en el laberinto burocrático de declaraciones tibias y silencios institucionales. La ausencia de una postura unificada y firme evidencia la fractura entre gobiernos progresistas aislados y un aparato diplomático regional colonizado.
No es casual que mientras las cancillerías más alineadas con Estados Unidos optan por el silencio, los movimientos sociales, sindicatos, universidades y redes de solidaridad han multiplicado sus pronunciamientos en favor de Palestina. La diplomacia popular, esa que no desfila en salones alfombrados pero que inunda las calles con consignas, pancartas y boicots, vuelve a ocupar el lugar que la diplomacia oficial ha abandonado por cálculo o cobardía.
La presión diplomática desmantela la impunidad israelí
La declaración onusiana establece una hoja de ruta extremadamente precisa hacia la paz definitiva: alto el fuego inmediato en Gaza, liberación completa de todos los rehenes israelíes y palestinos, establecimiento inmediato de un Estado palestino soberano en las fronteras de 1967, y normalización diplomática completa entre Israel y todos los países árabes implicados. Además del cronograma político, la resolución prevé el despliegue urgente de una “misión internacional temporal de estabilización” bajo égida onusiana para proteger a los civiles palestinos y supervisar la transición de seguridad desde el Hamas hacia la Autoridad Palestina.
Esta propuesta constituye un ultimátum diplomático apenas velado dirigido directamente a Israel, que debe elegir entre la integración regional pacífica o el aislamiento internacional progresivo. Emmanuel Macron, coorganizador de la cumbre del 22 de septiembre, encabeza una cascada de reconocimientos diplomáticos que transformará irreversiblemente el equilibrio geopolítico regional.
La reacción histérica y desproporcionada del establishment israelí confirma la efectividad creciente de la presión internacional. El portavoz israelí Oren Marmorstein denunció la resolución como una “decisión vergonzosa” emanada de un “circo político desconectado de la realidad”. Esta retórica descontrolada traiciona el pánico existencial de un régimen colonial que observa cómo su impunidad se desmorona. Netanyahu, antes de la votación, declaró que “no habrá jamás Estado palestino alguno” y firmó un acuerdo de expansión colonial que fragmenta Cisjordania. Lo que está en juego, más allá del territorio y la soberanía, es el relato mismo de la historia reciente. Y ese relato, por primera vez en mucho tiempo, está dejando de ser escrito por los vencedores.
Palestina irrumpe en el nuevo orden internacional
« Nuestro pueblo no necesita caridad, necesita justicia. Y la justicia comienza por el fin de la ocupación. »
– Riyad Mansour –
El voto palestino celebró la resolución como “un paso históricamente importante hacia el fin de la ocupación colonial sionista”. Riyad Mansour, embajador palestino ante la ONU, instó a Israel a “escuchar la voz de la razón internacional”. La diplomacia palestina, liderada por la Autoridad Palestina, ha logrado lo impensable: aislar diplomáticamente a Israel mientras desarticula su narrativa victimista.
La condena explícita del Hamas incluida en el texto priva a Tel Aviv de su coartada terrorista, obligándolo a enfrentar sus crímenes sistemáticos. La resistencia palestina queda así diferenciada del terrorismo islamista, revelando la verdadera naturaleza colonial del conflicto. Como lo dijo un analista anónimo citado en archivos diplomáticos: “La nationalisme est une maladie qui se soigne en voyageant”, y la comunidad internacional finalmente viaja hacia la verdad palestina.
La cumbre del 22 de septiembre marcará el reconocimiento oficial de Palestina por parte de Francia. España, Irlanda y Noruega ya lo hicieron en 2024, y una docena de Estados europeos seguirán. Esta ola diplomática representa el fracaso estratégico de la diplomacia israelí, que no logra contener la legitimidad palestina a nivel internacional. El aislamiento de Israel recuerda al del apartheid sudafricano, con la diferencia del respaldo inquebrantable de EE.UU., único garante del proyecto sionista.
La reacción global revela fracturas geopolíticas profundas más allá del eje Este-Oeste. China y Rusia apoyaron la resolución, debilitando la influencia occidental. Los países árabes votaron a favor, salvo Iraq y Túnez, que se ausentaron. África subsahariana respaldó masivamente la medida, en un eco de sus luchas anticoloniales. India, tradicional aliado de Israel, votó a favor, marcando un giro significativo. Brasil y México lideraron el respaldo latinoamericano, consolidando el consenso regional a favor de Palestina frente a las ambiciones imperiales de Washington. Todo apunta a que este cambio no es coyuntural sino estructural: una reconfiguración lenta pero irreversible del tablero internacional, donde las nuevas alianzas ya no se explican por la Guerra Fría sino por la fatiga moral del Sur Global ante la hipocresía del Norte.
Conclusión
Lo que ocurrió en Nueva York no fue una simple resolución. Fue una grieta en el muro del relato hegemónico, un principio de justicia que se abre paso entre los escombros del cinismo diplomático. Quien siga negando la legitimidad del pueblo palestino no sólo queda del lado equivocado de la historia, sino del lado opresor del presente…
G.S.
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