Jean-Claude Barny filma a un médico que se niega a ser la coartada de un orden brutal. En Blida (Argelia en la época colonial), Fanon cuida y descubre que el asilo no es más que un espejo de la colonia. La película no idealiza la historia, la frota contra la materia del cuerpo, del ritual y de la lengua. Encuentro allí una ética que habla en presente.
Reubico de entrada la película en una doble actualidad, histórica y política. Cien años después del nacimiento de Fanon, ya no se trata de contar un itinerario ejemplar, sino de poner a prueba lo que su gesto revela en nuestras democracias impecablemente administradas. En Blida, Barny filma el nacimiento de un método que rehúsa los eufemismos, un método que desborda el marco argelino. Obliga a revisar nuestras instituciones, sus rutinas tranquilizadoras, sus categorías que visten la dominación con un barniz de objetividad. Reconozco allí una exigencia cara a AcidReport, tratar la lengua como herramienta de desencantamiento, poner en claro los procedimientos y nombrar la violencia cuando avanza bajo las apariencias del cuidado y del derecho.
Blida, lugar de verdad
El relato se concentra en los años argelinos, cuando un joven jefe de servicio intenta arrancar la psiquiatría a la disciplina colonial. Las paredes no aíslan nada, condensan las relaciones de fuerza. Los síntomas no brotan de la nada, crecen sobre un suelo donde la dominación se administra como rutina. En las salas se habla en francés y en árabe, se canta, se llora, se guarda silencio como también se organiza. No es una gesta heroica, es una clínica de lo real, con sus vacilaciones, sus puntos ciegos, sus momentos de deslumbramiento.
Política de lo sensible
La puesta en escena privilegia la duración y la proximidad. La cámara se toma el tiempo de entrar en un rostro, de perderse allí, de volver por el gesto, por la piel, por el sudor. Los rituales colectivos, fúnebres o festivos, no son colores locales, son formas de organización del mundo. La banda sonora trabaja como una conciencia segunda, no ilustra, expone. Un soplo de metal, un tambor lejano, y la clínica deviene país, luego pueblo. Entonces se oye lo que el discurso médico había aprendido a cubrir, a clasificar, a castigar.
La clínica contra el orden
La película recuerda que hay dos psiquiatras en cada psiquiatra. El funcionario que se acomoda en la jerarquía y el analista que sabe que el sufrimiento tiene causas históricas. En Blida, la institución porta los procedimientos del Imperio, los expedientes se llenan como inventarios, los cuerpos se repliegan bajo el efecto del miedo. Fanon rechaza clasificar a los seres humanos en categorías tranquilizadoras. Introduce prácticas de grupo, sacude la distancia, cuestiona la neutralidad cuando sirve para ocultar la violencia. Ese desplazamiento no es un capricho, es una lógica de investigación, un método. Los casos clínicos devienen mapas, y los mapas dibujan una geografía política.
El paso al compromiso
La fuerza de la película está en filmar el instante en que el cuidado ya no basta. Con el diagnóstico establecido, hay que elegir entre la inercia administrativa y la solidaridad activa. El camino no es rectilíneo. Está la tentación del exilio, están las lealtades que crujen, están los riesgos que se acumulan, está el amor que exige vivir. Barny rehúsa la estampa, muestra a un hombre, su fatiga, sus enfados, sus errores. No es una santificación, es una apuesta por la inteligencia política de un espectador tratado como adulto.
Imágenes y sonidos, una política
La fotografía privilegia los contrastes nítidos sin fetichizar lo pintoresco. Los encuadres son amplios, pero nunca decorativos. El negro, el blanco, los ocres y los azules componen una gramática que remite más a la memoria que al espectáculo. La música es parca, casi táctil. Recuerda que un motivo puede ser una prueba, que una nota repetida funciona como insistencia. A fuerza de retornos, un tema termina por nombrar lo que la lengua censuraba. El cine se vuelve archivo vivo, una máquina para deshacer la anestesia.
Lo que el mercado sofoca
La película tuvo un estreno modesto, copias contadas, pantallas prudentes. Algunos se acostumbrarán y confundirán programación con neutralidad. Yo no me resigno. Los relatos descoloniales no son invisibles por azar. Tropiezan con hábitos, con intereses, con una economía de la oferta que convierte la memoria en producto de escaparate. Dirán que es la ley del mercado, veo sobre todo la política de una industria que se conmueve sin mojarse. El resultado es claro, menos acceso, menos discusión, menos conflicto útil. El cine pierde entonces lo mejor que tiene, su capacidad para desplazar el centro de gravedad del debate.
Reservas necesarias
Una biografía filmada simplifica siempre. Hay atajos dramáticos, secundarios que merecerían más espesor, una cronología a veces precipitada. La película asume una pedagogía frontal que podrá alejar a quienes prefieren la alusión. Acepto estas decisiones porque están sostenidas, porque sirven una tesis clara, porque quieren armar la memoria antes que halagar el olvido. Podremos discutir tal plano, tal exceso de música, tal diálogo demasiado explicativo. No se podrá negar la ambición moral que sostiene el conjunto y la paciencia con la que se sostiene en el encuadre.
Por qué me reconozco ahí
Trabajo para que la lengua no sirva para maquillar la violencia. En esta película, la clínica no se opone a la política, es su condición. Tomar en serio los cuerpos, los síntomas, los silencios, es rechazar que la razón de Estado decida sola lo decible. Fanon no es un eslogan, es un método para leer vidas dañadas. Hacer visibles los mecanismos de alienación, nombrar responsabilidades, desarmar la retórica del progreso cuando justifica la sumisión, eso es lo que exijo al cine. Barny asume ese riesgo y por eso esta película me concierne, aquí y ahora.
Presente de Fanon
Sería un error archivar este relato en una vitrina conmemorativa. El centenario del nacimiento de Fanon recuerda una evidencia, ciertas formas de humillación han cambiado de traje, no de naturaleza. Los muros son más limpios, los procedimientos más educados, los algoritmos han reemplazado a los garrotes, pero el efecto es el mismo, reducir, clasificar, aislar. La película no lo convierte en consigna, entrega herramientas. A cada quien le toca usarlas para mirar de otro modo las filas de espera, los controles, las prisiones, los hospitales, los formularios que se firman sin leer. Lo que se llama orden público es a menudo una cama donde se acuesta la angustia de los dominantes.
Actores, presencias, rostros
El papel protagónico rehúsa la performance espectacular. La interpretación privilegia la contención, la línea clara, un pensamiento que aflora sin retórica. Frente a él, las y los partenaires existen por fragmentos, lo suficiente para anclar al médico en un tejido de relaciones. La compañera no es una silueta, carga con el costo íntimo de las decisiones políticas, ese cansancio invisible que no aparece en los balances. El colega hostil no es un monstruo, es una función, el rostro banal de una docilidad bien recompensada.
Subrayo además la justeza de los secundarios, nunca reducidos a funciones. Un colega hostil no es un monstruo sino la figura banal de una fidelidad al procedimiento. La compañera, lejos de la silueta, porta el costo íntimo de la elección política y vuelve visible lo que la heroización suele borrar. Las voces árabes no son adorno, desplazan el centro del relato e imponen otro pulso a la mirada.
Lo que la película omite
Ninguna película puede contenerlo todo. Las trayectorias antillanas, Túnez, las circulaciones intelectuales con las luchas africanas, todo esto existe por resonancia. Se lamentará si se esperaba un compendio, se acepta si se entiende que el ángulo elegido es la clínica de Blida. Esa elección tiene una virtud, da precisión, obliga a mirar los procedimientos, los horarios, las piezas, las palabras administrativas que preceden a la mordedura. Tiene también un costo, delimita el paisaje, a veces suaviza la violencia al confinarla al hospital. La película compensa con el trabajo sobre los cuerpos, con escenas que dejan huellas duraderas.
Dos Fanon en el cine, dos apuestas
El año ha traído otra propuesta centrada en Fanon. Comparar solo tiene sentido para aclarar los puntos de partida. Aquí, el presente de la consulta y una cronología cerrada. Allí, una ensoñación formal y un juego con el archivo. Prefiero el empecinamiento de Barny en el material clínico, su voluntad de hacer sentir antes que demostrar. Otras miradas defenderán un gesto más experimental. Ese pluralismo es una oportunidad. Desmiente la idea de que la memoria descolonial sea un bloque uniforme, cuando más bien se multiplica, trabaja, discute e inventa…
G.S.
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